domingo, 12 de noviembre de 2017

Diagnóstico


Últimos días de agosto de 1997. Ese viernes visitamos a unos antiguos amigos de mi mujer. Hace calor y la charla es insustancial. A veces desconecto. Voy y vengo para que no se note demasiado. Me acaricio la barba, ya casi blanca, y sonrío, un gesto habitual. De pronto descubro algo que antes no estaba ahí: mis dedos han palpado algo duro en la parte derecha del cuello. Es un bulto; no, dos, del tamaño de una cereza grande. Ganglios, son ganglios, pienso, y en ese instante recuerdo: Las adenopatías benignas son blandas y móviles; si son duras y adheridas son metástasis. Mis dedos palpan los bultos: son duros, están adheridos. Siento una ligera opresión en el pecho. No hay duda, sé lo que tengo. Sonrío, comento algo, nadie debe darse cuenta de mi estado. Pienso con rapidez: hoy es viernes, hasta el lunes no puede verme nadie. Habrá que esperar.

Regresamos a casa y decido no comentarle nada a mi mujer. No hasta que tenga la certeza absoluta. Durante el sábado y el domingo procuro comportarme con normalidad. No me cuesta mucho, aunque en mi mente surgen ideas encontradas. Sé que tengo un cáncer y puedo morir. Me sorprende que esta conclusión no me derrumbe; al contrario, me invade una serenidad extraña. Pienso en mi vida hasta ese momento. He trabajado mucho y he vivido intensamente. No soy rico ni pobre. He amado, he sufrido, he caído y me he vuelto a levantar. Como una diapositiva que se desvanece mi pensamiento cambia: no todo está perdido, la medicina tiene recursos, hay que luchar hasta el final. La muerte. La muerte no es un problema, el problema es vivir. Sé que estoy evocando a Epicuro. Muy bien, ese griego tenía razón.

El lunes por la mañana llego al hospital a la misma hora de todos los días. La sesión de la mañana no dura mucho. Me avisan que tengo que ver dos enfermos en consulta. Subo una planta y veo dos niños, son revisiones, nada urgente. Le digo a mi secretaria que voy a hacer una visita en otro servicio y me voy a las consultas de ORL. Mi amigo Nacho me saluda cordial: Qué pasa, profesor. Le digo: toca esto. Me palpa el cuello durante más de un minuto. Cuando se separa nos miramos. No hay necesidad de hablar. Me dice: baja a Citología y que te hagan una punción. En Citología busco a la jefe, que es amiga mía. Una residente me dice que ha salido. Pienso una fracción de segundo. ¿Tú me puedes pinchar? le digo a la residente entregándole el volante de ORL. Asiente y me tumbo en una camilla. Me hace la punción, duele un poco, no sé si la hecho bien o mal porque es la primera que me hacen. Le pregunto cuándo estará el resultado y dice que sobre las dos. Le doy las gracias y me voy a trabajar. La rutina me hace no pensar, o pensar menos.

A las dos bajo a Citología y encuentro a la misma residente. ¿Tienes ya el resultado? Se la ve nerviosa. Sí, ya lo hemos mandado a ORL. Bueno, dímelo a mí, le digo con una sonrisa. Enrojece. Le digo: no te preocupes, estamos entre compañeros. Ella asiente y dice: es un carcinoma de células indiferenciadas. Vuelvo a ORL mientras memorizo: ese tipo de cáncer es típico de los tumores de cavum (parte superior de la faringe). Nacho me lo confirma. Su hermano Paco está con él. Me hace una laringoscopia sobre la marcha y me dice: el cavum está limpio, pero el tumor primario puede ser microscópico. Lo veremos en la biopsia. ¿Qué hay que hacer?, pregunto. Un vaciamiento radical de la parte derecha del cuello y luego radioterapia, contesta. ¿Porcentaje de éxito? Nacho mueve la cabeza: Un 75%, en tu caso seguramente más alto porque el diagnóstico es precoz. ¿Cuándo me operáis? Pasado mañana, dice Paco. Ya hemos reservado quirófano. Vuelvo a mi despacho y llamo a mi mujer a su oficina. Le digo que he tenido un mareo. Debe presentir algo, porque a los  veinte minutos abre la puerta de mi despacho. Se lo cuento todo.