martes, 10 de noviembre de 2015

La buena muerte

Pieter Brueghel el Viejo, El triunfo de la muerte, detalle, Museo del Prado, 1562

El griego Epicuro dijo: "El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros no existimos". Es una pena que el filósofo tuviera razón, porque si alguien nos pudiera relatar lo que ocurre después morir, sería una importante aportación a nuestra cultura. Ya se intentó en el siglo XIX y principios del XX, cuando florecieron los fantasmas, los médiums y las sesiones de espiritismo, pero todo ese movimiento se fue desinflando a causa de las frecuentes supercherías y la imposibilidad de demostrar aquellos pretendidos prodigios. En cualquier caso, tanto en creyentes como en agnósticos, un temor supersticioso hacia  la muerte no se ha perdido por completo, y en casi todos los códigos éticos del mundo existe un obligado respeto por la vida humana. Y es precisamente en el comienzo y el final de la vida, donde la supuesta infracción de esos códigos resulta más conflictiva. Hablo del aborto y la eutanasia.

Las colectividades han elaborado leyes que regulan estas dos situaciones, pero llama la atención la disparidad de criterio que existe entre los distintos países. Es obvio que la presión religiosa influye en la elaboración de estas leyes, pero no solo la religión, ya que tanto el aborto como la eutanasia son utilizados como instrumentos políticos:  de forma restrictiva, por parte de los partidos conservadores, y permisiva por parte de los partidos progresistas. Actitud lamentable en ambos casos, porque se convierten en etiqueta multiuso situaciones graves que requieren una mayor reflexión y soluciones distintas en cada caso individual.

Ni en la Grecia clásica ni en el Imperio Romano, el provocarse la muerte o ayudar a otro a morir planteaba problemas legales. Existía el concepto de que una vida indigna -fuera por enfermedad, ruina o desgracia política - no merecía la pena ser vivida. En la Edad Media,  la doctrina cristiana, pero sobre todo la Santa Iglesia Romana, cambiaron este concepto. Si la vida era un don otorgado por Dios, la persona incurría en pecado grave al disponer libremente de ella. Curiosa disposición que naturalmente no incluía las vidas arrebatadas en una guerra o en una ejecución, ya que estas muertes "estaban justificadas". Esta paradoja medieval - que no afectó al pensamiento oriental- no se ha extinguido y sigue vigente en nuestros días. Aunque estuviera inspirada por el clero, la espera resignada de la muerte fue también un hábito social. La muerte repentina (mors repentina et improvisa), se consideraba  una muerte mala (mala mors). Lo correcto era estar plenamente consciente para despedirse de familiares y amigos y poder presentarse en el más allá con un claro conocimiento del fin de la vida.

Jules-Élie Delaunay. Peste en Roma. 1869

Arnold Böcklin, La peste, Museo de Arte, Basilea, 1898

A finales de la década de 1340, la peste negra mató entre uno y dos tercios de la población mundial y miles de personas se enfrentaron a la muerte sin posibilidad de ser asistidos por un sacerdote. Esto causó frecuentes levantamientos populares y para mitigar  esta carencia, entre 1415 y 1450, apareció el tratado Ars Moriendi, de autor anónimo, en el que se daban consejos y reglas para morir bien. Presentaba la muerte como la última batalla que debe librar el ser humano para ganar la salvación de su alma. Los consejos de este libro no afectaban solo a los moribundos, sino también a los familiares y amigos,  que debían comportarse de manera adecuada  junto al lecho del doliente. 

Ars Moriendi.Tentación de la falta de fe; grabada por Maestro E.S. circa 1450.

El Ars Moriendi tuvo un éxito fulgurante en toda Europa y se siguió editando durante siglos.

En la sociedad actual, las leyes que regulan la eutanasia y el aborto no deberían estar influidas por los preceptos religiosos. Lo que una religión prohíbe a sus adeptos, no debería hacerse extensivo al resto de la sociedad. Pero los jerarcas del Vaticano hablan a menudo para toda la humanidad. Joseph Ratzinguer, antes de ser Papa, dijo estas palabras contradictorias o hipócritas  : "Aunque la Iglesia exhorta a las autoridades civiles a buscar la paz, y no la guerra, y a ejercer discreción y misericordia al castigar a criminales, aún sería lícito tomar las armas para repeler a un agresor o recurrir a la pena capital. Puede haber una legítima diversidad de opinión entre católicos respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo, respecto del aborto y la eutanasia"

Parece entonces que en nuestras sociedades democráticas occidentales, henchidas de derechos humanos, existe una doble vara de medir con respecto a la muerte: se contemplan homicidios legales  y homicidios  ilegales. Los legales son numerosos: la guerra en todas sus modalidades incluyendo las victimas colaterales, la pena de muerte, en los estados donde no está abolida (por supuesto el verdugo no es un homicida), la defensa propia con resultado de muerte, incluso inmolarse en un acto heroico que cause víctimas enemigas puede ser legal y hasta romántico, y no solo para los musulmanes si recordamos al Sansón bíblico. Sin embargo acortar la agonía de un enfermo o frustrar el crecimiento de un embrión, son homicidios ilegales, y para tener visos de legalidad deben ajustarse a confusas leyes que los anteriores homicidios, descritos como legales, no precisan. Y que además pueden depender de la objeción de conciencia de profesionales de la medicina, que hace valer sus creencias personales en nombre de la humanidad. ¿No hay una gran hipocresía en esas personas, supuestamente defensoras de la vida, que condenan el aborto y la eutanasia, y permiten las masacres bélicas en nombre de la democracia? 

Si un Papa dictaminara urbi et orbe que el aborto y la eutanasia, debidamente reglamentados, son homicidios legales, disminuiría la confusión entre los católicos y se privaría a los políticos -de derechas y de izquierdas- de una de sus demagogias preferidas. Homicidios legales y homicidios ilegales, piensen en ello.