miércoles, 10 de junio de 2015

La música coral

Imagen: Marie Heiberg
Las relaciones políticas serían menos tensas si los políticos cantasen a coro. Usted quizá no lo entienda si nunca ha cantado en un coro, aunque sería raro, porque todo el mundo ha formado parte de un coro alguna vez, en el colegio, en la mili, en el futbol. Si no es así, seguro que se ha emocionado escuchando música coral, que no tiene porque ser música clásica, puede ser folclórica o un himno o música moderna. Fíjense por ejemplo en el coro de Nabucco, de Giuseppe Verdi, el conocidísimo Va pensiero. Cuando se estrenó la ópera en 1842, la gente salía de La Scala de Milan canturreando esa música: primero porque era bella, pero también porque era un canto de libertad (los judíos esclavizados en Babilonia) que los italianos adoptaron para protestar de la dominación austriaca. 

No hay ningún secreto en la música coral, solo se trata de que varias voces emitan simultáneamente diferentes notas acordes entre sí. Pero lo que se consigue con esto, que parece tan fácil, es un misterio, porque al resonar afinadamente múltiples voces, más que oír, parece que lo sintamos en nuestro interior, en las tripas, que diría Hemingway, o en el espíritu, si se quiere ser más fino. Un acorde orquestal hace lo mismo, solo que en vez de voces suenan instrumentos, y puede ser grandioso, pero es una emoción distinta. Las voces unidas despiertan resonancias primitivas que nos conmueven, al fin y al cabo la música primordial es el canto, y quién sabe cuándo empezó, tal vez cuando un hombre de las cavernas alzó el rostro hacia el sol y brotó la voz. "La música es siempre una canción, incluso cuando no puede cantarse: no es una filosofía, no es una visión del mundo. Es, sobre todo, un canto, una canción que el mundo canta sobre sí mismo, es el testimonio musical de la vida". Esto dijo Valentín Silvestrov, un compositor  extraordinario nacido en Ucrania.

Pero si emociona escuchar un coro, participar en él es una experiencia mística. Cuando yo era joven cantaba con mis amigos, como hacen los jóvenes de todas las épocas, cantábamos folclore, canciones de moda, lo que se terciase. Una amiga común nos dijo un día que un maestro ruso andaba buscando tenores para un nuevo coro que se estaba formando. El asunto era que una princesa rusa (debía haber muchas) se casaba con un español. Sería una boda de máximo esplendor, oficiada según el rito ortodoxo, en la que se cantaría la misa rusa. A tal efecto, la principesca familia había contratado un maestro de música ruso para que organizara el coro. Y allá nos fuimos un amigo y yo, con la indolencia propia de los años, a la dirección que nos había dado nuestra común amiga, que resultó ser la mansión de un conocido marqués, cuya esposa participaba en el coro. Nos recibió un mayordomo con librea y entramos en el señorial vestíbulo, con bastante acojono a esas alturas. En seguida salió el maestro ruso, un vejete con bigote y melena blancos, y nos condujo a una gran estancia. "Estos son los nuevos tenores", dijo el ruso. Ante nosotros se desplegaban en semicírculo no menos de 40 personas, que según supimos después pertenecían al coro profesional del Teatro de La Zarzuela. Sin más preámbulos, el ruso nos ubicó, nos dio una partitura a cada uno, y a un gesto suyo el coro entonó el Credo. Tan inmovilizados y mudos nos quedamos -ninguno sabía leer música-, que el maestro interrumpió el canto, nos miró con perplejidad y preguntó: "¿Por qué no cantan?" Sin esperar respuesta se echó a reír y dijo: "Ah, comprendo, tienen dificultades porque la partitura está en ruso antiguo".  

Aunque parezca mentira no nos expulsaron. Con un poco de astucia hacíamos como que cantábamos, sumándonos al cantante de al lado en los finales, hasta que aprendimos de oído letra y música y todo fue sobre ruedas. La boda no llegó a celebrarse, porque el español dio la espantada y dejó plantada a la princesa, con lo cual los cantantes de La Zarzuela se despidieron y la marquesa nos invitó a abandonar su mansión. El ruso no se lo tomó a mal y nos propuso a los diez o doce aficionados restantes continuar con el coro. Mi amigo ofreció su casa y todos los sábados por la tarde nos reuníamos a cantar en ruso, cita insoslayable a despecho de novias, amigas y demás compromisos. La cosa terminó como suelen terminar estas cosas, o sea con el abandono progresivo de la comunidad requeridos por otras obligaciones. Pero fue bueno mientras duró. No sé si aquel coro llegó a sonar muy bien, pero recuerdo el sentimiento de solidaridad que surgía al juntar nuestras voces. Era una percepción física de la belleza, una vibración, que como decía el maestro, se sentía en los labios.