martes, 7 de abril de 2015

Realidad y leyenda



No he sido un gran admirador de John Ford. No es que ponga en duda su maestría cinematográfica,  Ford fue un gran director, como lo fueron también William Wyler, King Vidor o John Sturges. Lo que no comparto es la idolatría que despierta en la mayoría de los cinéfilos. A un experto le preguntaron una vez cuáles eran los tres mejores directores de la historia. Sin pensárselo respondió: John Ford, John Ford y John Ford. O sea Dios. Todos tenemos favoritos, creadores que sin que sepamos por qué sintonizan con algunas de nuestras neuronas sensibles a un determinado tipo de expresión. Reconozco, por ejemplo, mi benevolencia con el cine de Woody Allen. Siempre encuentro en sus películas algo destacable, incluso en las que no son buenas. 

Cuando era niño, los western de John Ford, sobre todo los de la caballería, me aburrían un poco, aunque siempre estaba John Wayne de por medio para darle chispa al relato. Hay actores del viejo Hollywood a los que amábamos como amigos o hermanos - entonces nuestra percepción del cine era puramente emocional-, como Gary Cooper, Gregory Peck o Burt Lancaster, y cuando moría alguno lo sentíamos como una pérdida familiar. El director Garci dijo una vez que a todos nos hubiera gustado tener un padre como Atticus Finch.

Cuando fuimos mayores, con esa innecesaria visión pseudointelectual propia de la juventud, aprendimos que Centauros del Desierto, de John Ford, era considerada por muchos una de las mejores películas de la historia. Yo recuerdo que le daba vueltas y más vueltas al film y trataba de desentrañar sus valores ocultos sin conseguirlo; aunque en las conversaciones con cinéfilos no ponía en duda la magnificencia de la película en cuestión.  A mí las películas de Ford que más me gustaron no eran del oeste, y entre todas ellas destaco la inolvidable El Hombre Tranquilo. 

Pero hay una excepción: El Hombre que mató a Liberty Valance (1962), uno de los últimos western de Ford. Una película rodada en blanco y negro, quizá para acentuar su atmósfera crepuscular, en la que no hay héroes invencibles ni personajes de honestidad acrisolada a lo Frank Capra. Un pueblo, Shinbone; un bandolero, Valance (Lee Marvin), que aterroriza a sus habitantes; un vaquero desclasado, Tom Doniphon (John Wayne), que no teme a Valance; un abogado pusilánime y débil, pero terco, Ranson Stoddard (James Stewart) ; y la chica, claro, Hallie (Vera Miles), a la que aman Doniphon y Stoddard. Valance reta a Stoddar a un duelo a pistola del que sorprendentemente sale victorioso el abogado. Stoddar se convierte en El hombre que mató a Liberty Valance, se hace famoso, se casa con Hallie, hace carrera política y llega a ser senador, aunque con escrúpulos por haber matado a un hombre. 

Un día Doniphon le revela que él no mató a Liberty Valance: en una repetición del duelo vemos a Doniphon emboscado disparando con un rifle al forajido. Años después el senador volverá a Shinbone para asistir al funeral de Tom Doniphon y confesará su secreto al editor del periódico local, con la intención de sacar a la luz la verdad. El periodista responde: " Esto es el Oeste, señor. Cuando una leyenda se convierte en realidad, es mejor escribir la leyenda".