martes, 17 de febrero de 2015

LA MUERTE DE ARTEMISA (Novela) - CAPÍTULO 1

 Como habrán adivinado me propongo subir al blog una novela escrita por un servidor de ustedes. He leído que a esta modalidad de difusión se le llama blogonovela, pero yo prefiero llamarla novela por entregas, que es un género de muy antigua tradición en el que trabajaron ilustres escritores del siglo XIX y comienzos del XX. Este tipo de escritura solía ser  un género de ficción caracterizado por el argumento poco verosímil y la simplicidad psicológica. Recurría a la temática amorosa, pero también al misterio y a lo escabroso. Ustedes dirán si me adapto a este modelo. Así pues, cada martes subiré una entrega de esta novela, que fue la primera que escribí. Espero que se lo pasen bien.

Sinopsis: Adrián Sánchez es un profesor de instituto y escritor aficionado que lleva una vida oscura y rutinaria en un pueblo pequeño. Una hermosa mujer y un misterioso individuo le convencerán para salir de su monotonía y emprender una peligrosa aventura.

.
CAPÍTULO 1

Londres , 15 de agosto de 1985

El señor Osborne pasó suavemente el pequeño plumero por la pulida superficie del reloj de mesa que acababa de adquirir. Era una pequeña maravilla del siglo XVIII y, pese a estar habituado a las obras de arte por su profesión de anticuario, no dejó de admirar la gracilidad con que el artesano había tallado la caoba que enmarcaba la esfera. Había conseguido el reloj a un precio ridículo y esperaba obtener de su venta sustanciosos beneficios. Era aún temprano y el mercadillo se hallaba poco concurrido por lo que el señor Osborne continuó quitando el polvo y ordenando con meticulosidad su mercancía. La venta de antigüedades había disminuido mucho en los últimos años, pero agosto era un buen mes; tal vez escasearan los auténticos coleccionistas, pero abundaban los turistas caprichosos capaces de pagar con desenfado elevadas sumas.

Sin embargo, aquel hombre alto de aire distinguido que se había detenido ante el puesto, no le pareció un turista corriente. No era inglés, desde luego, a juzgar por el traje blanco de lino, el sombrero del mismo color y la llamativa corbata roja. Más parecía un americano rico, el tipo de cliente que hacía rentable el oficio. El señor Osborne se acercó y tosió con discreción. No le gustaba ser demasiado solícito: era preferible que el posible comprador se sintiera prendido de manera espontánea en la belleza de los objetos. El hombre alzó la vista y sonrió:

-¿El señor Osborne?

El anticuario asintió y sus esperanzas de venta declinaron ligeramente: la expresión de aquel hombre no era la de un cándido comprador. Se sintió, además, algo confuso al advertir que el desconocido tenía un ojo de cristal.

-¿Está interesado en alguna pieza, señor? -aventuró.
-Tiene aquí cosas muy hermosas, señor Osborne, pero en realidad lo que deseo es hablar con usted.

El señor Osborne experimentó un pequeño fastidio y miró en derredor. El público seguía siendo escaso; se encogió de hombros y dijo con amabilidad:

-Dígame.
-En privado, a ser posible.
-¿De qué se trata?

El desconocido bajó la voz.

            -Me envía Meyer.

El cuerpo del señor Osborne se tensó imperceptiblemente y su mirada reflejó desconfianza.

-Aquí no podemos hablar y ahora no puedo abandonar el negocio. Mi empleado vendrá enseguida. Hay un bar al final de la calle. Espéreme allí dentro de quince minutos.

El desconocido se alejó sin prisa, curioseando en otros puestos. El señor Osborne se sintió inquieto y continuó sacudiendo el polvo maquinalmente. Hacía años que no oía el nombre de Meyer. Acudió a la cita en el tiempo previsto; el hombre del ojo de cristal le esperaba. Se sentó frente a él y pidió café.

-¿Qué quiere? -dijo con alguna brusquedad.
-¿No me pregunta por Meyer?
-Es cierto. Estoy olvidando los buenos modales. ¿Cómo está Dan?
-Está bien. Le envía recuerdos. Estuvimos hablando de los tiempos que ustedes dos trabajaban juntos.

El señor Osborne pareció abstraerse unos segundos. Luego recuperó el tono seco:

-Perdone, ¿qué le parece si vamos directamente al asunto?
-De acuerdo, Osborne. Quiero proponerle un trabajo.
-Imagino de qué trabajo se trata. Lo siento, no me interesa.
-¿No quiere conocer los detalles?
-No. Meyer debería haberle dicho que estoy retirado.
-Me lo dijo -admitió el visitante sonriendo-; también me dijo que usted seguía siendo el mejor.
-Meyer es muy amable, pero se equivoca.
-Permítame dudarlo. En el 75 realizó usted un trabajo excelente en Guatemala. En el 78 participó en el caso Kowalsky. En el 81 se dice que trabajó para Tel-Aviv... ¿Quiere que siga?

El señor Osborne alzó una mano.

-No. Espero que entienda esto de una vez. Estoy retirado, ¿comprende? Aquello terminó. Escuche: tengo sesenta y cinco años y estoy cansado. Lamento decírselo, porque viene de parte de Dan, pero está usted perdiendo el tiempo.
-Le pagaríamos muy bien.
-Lo supongo, pero no me interesa. Le ruego que no insista -dijo el señor Osborne poniéndose en pie.

El desconocido siguió sentado sin que parecieran desanimarle las negativas del señor Osborne. Tras una corta pausa dijo:

-Su verdadero nombre es Hoffman, ¿verdad?

Los pálidos ojos azules del señor Osborne brillaron con hostilidad.

-Eso pertenece al pasado -replicó -. Hace mucho tiempo que soy ciudadano británico.
-Lo sé. Estoy bien informado. Sé también que usted vivía en Bélgica durante la ocupación alemana y que padeció la persecución de los nazis. Tendría entonces dieciséis o diecisiete años y tuvo que valerse por sí mismo para sobrevivir. Algunos amigos y familiares suyos no lo lograron, otros tuvieron que huir. Su hermano mayor, Aaron, consiguió pasar con mucho riesgo a Francia y de allí a España, donde comenzó a vivir con nombre supuesto.

Sin perder por completo su expresión correcta, el rostro del señor Osborne se había contraído y el normal tono rosado de sus mejillas era ahora más intenso.

-¿Adónde quiere ir a parar?
-Por desgracia -siguió el hombre del ojo de cristal-, un tiempo después, cuando su hermano estaba ya casado y había iniciado una nueva vida, un grupo fascista descubrió quién era y lo secuestró. Su cadáver, horriblemente mutilado, apareció poco después sin que hasta hoy nadie haya pagado por ese crimen.

El señor Osborne volvió a sentarse.

-El responsable de aquella muerte aún vive. Se da la circunstancia de que el trabajo que le propongo ha de ejecutarse en España y que precisamente ese hombre es nuestro adversario en esta operación.

La mirada dura e impía del señor Osborne hubiera desconcertado a sus habituales clientes, acostumbrados a la bonhomía y dulzura de trato del anticuario. Sin modificar el tono de voz, dijo:


-Empiece a hablar.

(Continuará)


 .