martes, 3 de febrero de 2015

Trigal movido por el viento


B

Antes la B solo se empleaba para los planes, todo el mundo sabía que el plan B era una alternativa al plan A, aunque plan A no se decía nunca, el plan A era simplemente el plan, la estrategia que uno maquinaba para conseguir algo, para aprobar un examen mal preparado, para ligar con una chica difícil o para sacarle algo de dinero extra a tus padres. Si la estrategia inicial fracasaba recurrías al plan B y para ello empleabas una logística diferente , que en el caso del dinero, por ejemplo, consistía en  sacárselo a esa tía tuya que era tu madrina y te adoraba. Esta alternancia no solo funcionaba a nivel individual, también a nivel colectivo, en el futbol era muy evidente, no era lo mismo ir ganando 2-1 que perdiendo 0-4 en tu campo, porque ese era el momento en que el entrenador recurría al plan B y sacaba la toda artillería. Hablamos en pasado, pero estas cosas siguen ocurriendo, sigue habiendo planes B en todos los órdenes: si una nación poderosa, pongamos por caso, no consigue por medios diplomáticos que otra menos poderosa le rinda pleitesía, le manda los drones y asunto terminado; y también en la política, si un partido después de recortar a diestro y siniestro sin consultar a nadie se encuentra con dos o tres encuestas desfavorables, recurre al plan B y lanza un vídeo de dirigentes tomando café diciendo qué bien lo hemos hecho.

Y a nivel íntimo no digamos, cuando en un matrimonio él o ella tienen un amante, es como si tuvieran un plan B sexual: una vez al mes el confortable sexo legítimo, y más a menudo el encoñe enfebrecido del sexo B. Ya que hablamos de intimidad, nada más íntimo que las creencias: honorables ciudadanos del pasado, defensores fervientes de la vida, podían encontrarse de pronto en una disyuntiva fatal si su hija adolescente se quedaba embarazada. Y, claro, ante el riesgo de que su honor se mancillara algunos recurrían al plan B, o sea al aborto, porque una cosa es ser antiabortista de corazón y otra tener el problema en casa. Ya se sabe, vicios privados, virtudes públicas, porque desde fuera uno puede hablar de doble moral o de hipocresía, pero los trapos sucios hay que lavarlos en casa.

Aunque estas cosas han ocurrido siempre, ahora nos llevamos las manos a la cabeza con las cajas B de los partidos políticos y las tarjetas black y los paraísos fiscales y toda esa basurilla, sin darnos cuenta que solo son planes B como los de toda la vida. Algunos imputados de corrupción parecen incluso sorprendidos del cabreo popular, quizás porque no creen haber vulnerado la ley. Ellos, como decía Franco, solo se sienten responsables ante Dios y ante la historia. Así que no se extrañen de que un ex tesorero salga de la cárcel  y diga: "No me arrepiento de nada. Volvería a hacer lo mismo".


Lógico, solo había recurrido al plan B.