sábado, 15 de noviembre de 2014

Gire a la izquierda


Un mundo feliz



No encuentro la palabra adecuada para nombrar a quienes nos prometen  felicidad en esta España desvencijada. “Venimos a restaurar la felicidad de los ciudadanos”, han dicho. No parece raro que los cosechadores de votos nos ofrezcan sin pestañear transparencia, honradez o justicia, cosa fácil para aquellos que nunca han tenido oportunidad de gobernar y no se han visto todavía tentados por el robo o la manipulación; y difícil, si no imposible, para los que van a la deriva, hundidos hasta las cachas en el fraude y la malversación del dinero público. ¿Pero felicidad? ¿Quién puede vender felicidad si no es una agencia de viajes, un fabricante de lencería erótica o un ciego que vende el cupón? ¿Acaso piensa alguien incluir algo de esto en su programa electoral? ¿No saben que la felicidad pertenece al individuo y no al pueblo, y no es posible manipular ese bien intangible y difícil de definir que a veces nos otorgan por capricho no sé qué extraños dioses? 

Esta utilización de la felicidad como moneda de cambio no es nueva. Procede de una dudosa interpretación del pensamiento de Aristóteles sobre esta materia. El filósofo afirmó que la felicidad es la prosperidad unida a la excelencia o suficiencia de medios de vida (lo que en parte es cierto, porque es difícil ser feliz desde la miseria), y que los gobiernos podían y debían identificar la felicidad de sus súbditos e imponérsela. 

Los políticos adaptaron estos pensamientos a su conveniencia y no solo se atribuyeron la obligación de impartir justicia sino también la de otorgar felicidad.  Ellos proclamaban: “¿Cuál es el objeto de vuestros trabajos y el término de vuestras esperanzas? ¿No es la felicidad? Pues dejadnos a nosotros ese cuidado, que nosotros os la daremos”. A lo que Benjamin Constant replicaba: "No dejemos que obren así, pidámosles que se contengan en sus límites, que son los de ser justos: nosotros nos encargaremos de hacernos dichosos a nosotros mismos”. Políticos jóvenes y viejos deberían, me parece, aprender la diferencia que existe entre felicidad y bienestar, ya que procurar el bienestar de los ciudadanos sí es su tarea, pero la felicidad es un sentimiento individual que no puede venderse. A fin de cuentas Aristóteles dijo también que solo en la vida contemplativa el hombre puede alcanzar la máxima felicidad, estado que poco o nada tiene que ver con la política.

 Erróneamente se piensa en la felicidad como un objetivo alcanzable por uno o más individuos. Pero solo es un sentimiento caprichoso y fugaz que obedece a causas distintas y cada persona percibe a su manera.