domingo, 23 de marzo de 2014

Crepúsculo


La sorprendente historia de Joyce Hatto



En 2003 los aficionados a la música clásica descubríamos a la pianista inglesa Joyce Hatto a través de las críticas elogiosas de sus grabaciones que aparecían en Gramophone o Classics Today. También nos enterábamos de su historia: Hatto no era una joven revelación, sino una pianista del pasado. Nacida en 1928, había alcanzado en los años 50 y 60 una discreta reputación como concertista. En 1976 abandonó inesperadamente toda actividad pública tras confesar que padecía cáncer. Nada se supo de ella hasta que en 2003 su marido, William Barrington-Coupe, propietario de una pequeña empresa discográfica, empezó a lanzar al mercado grabaciones supuestamente inéditas de Joyce Hatto que de inmediato alcanzaron un reconocimiento universal y también sustanciosos beneficios. Salieron al mercado más de 100 cedes, incluyendo la integral de sonatas para piano de Mozart, Beethoven y Prokofiev, y los conciertos de Tchaikovsky y Rachmaninoff, todos ellos unánimemente elogiados. La pianista perdió al final su batalla frente al cáncer y falleció en 2006 a los 77 años. En el Reino Unido se le rindieron numerosos homenajes y fue considerada como la mejor pianista inglesa del siglo XX . Sin embargo, su desconsolado marido siguió lanzando nuevas grabaciones y su fama no se extinguió. Recuerdo el disgusto que me produjo entonces no poder adquirir un disco de Joyce Hatto, ya que sus grabaciones no se distribuían en España.


En 2007 el musicólogo Marc-André Roberge informó que en la versión de Hatto de los Estudios de Chopin-Godowsky existía un error de digitación idéntico al de la versión grabada por el pianista Carlo Grante en 1993. Este hallazgo despertó las sospechas de los expertos, quienes, solo entonces, encontraron difícil aceptar que una mujer retirada y enferma pudiera haber realizado esas magistrales interpretaciones en los últimos años de su vida. La investigación reveló falsedades que inexplicablemente nadie había advertido hasta entonces. Se encontraron dificultades para identificar las orquestas con las que Hatto había grabado, incluyendo la existencia real del director René Köhler, que figuraba en los créditos, y del que Barrington-Coupe había proporcionado una detallada biografía. A partir de entonces musicólogos de todo el mundo empezaron a encontrar coincidencias y similitudes de las versiones de Hatto con interpretaciones de pianistas vivos o extintos, si bien ninguno súper famoso. El software de iTunes reveló que todos los discos eran plagiados, aunque manipulados digitalmente. Por ejemplo los tempi habían sido ocasionalmente alargados o acortados, y se habían modificado la ecualización y el balance. También se habían mezclado dos o mas intérpretes en una misma pieza.

Barrigton-Coupe lo negó todo en principio, pero acabó reconociendo el fraude y se justificó diciendo que "lo había hecho todo por amor, como homenaje a una esposa moribunda". Por increíble que parezca este hombre nunca fue denunciado y su fraude quedó impune, tal vez porque, como él mismo dijo: "No he hecho daño a nadie. Las elogiosas críticas recibidas por mi mujer se aplicarán ahora a los verdaderos intérpretes, lo que aumentará su fama y venderán más discos". Que por cierto fue lo que sucedió. Si Joyce Hatto participó en los manejos de su marido es algo que nunca sabremos.


Mi opinión personal sobre esta curiosa historia no es, me temo, políticamente correcta. Porque más allá de lo anecdótico del suceso, quien me produce una profunda admiración es el estafador Barrington-Coupe. Se necesita una gran inteligencia y mucha destreza para engañar durante cinco años a una pléyade de reputados críticos musicales, melómanos, informáticos y ejecutivos discográficos, y de paso ganarse una pasta. Es el triunfo de la astucia frente al poder y, no lo niego, me encanta que un anónimo ciudadano de Hertfordshire le tome el pelo a las poderosas discográficas. Se ha hecho una película de la historia con un enfoque romántico, pero creo que hubiera sido un buen argumento de comedia tipo Ocean's Eleven, una de esas reconfortantes películas en las que al final salen ganando los malos.

Una de las falsificaciones: