lunes, 30 de diciembre de 2013
Ladrones de banda ancha
En un artículo
reciente, Las bandas de la banda ancha, (El País, 23/12/2013) Javier Marías
se siente estafado por las eventuales descargas gratuitas de sus libros desde
Internet y la consiguiente disminución de las ventas en papel de sus novelas.
No digo que le falte razón, pero ¿quién tiene la culpa de que esto ocurra? Les
cuento mi propia experiencia. Durante toda mi vida he comprado libros -en
papel, claro, no había otros-, y por lo menos en tres ocasiones, por falta de
espacio, he tenido que aligerar mi biblioteca regalando o donando los
ejemplares descartados. Otro tanto me ha ocurrido con la música. Tengo una
discoteca de casi 3000 discos, cedes originales, y no contabilizo los antiguos
LP que también ocupan lo suyo.
Luego vinieron
los ordenadores, Internet, los primitivos modems y por último la banda ancha,
esa que tanto molesta a Marías. Y un día parecieron los libros electrónicos.
Eran cómodos, pesaban poco y podían almacenar una cantidad insospechada de
libros que, en papel, hubieran ocupado un espacio considerable en nuestras estanterías. Hasta aquí, nada
perjudicial para los escritores: los libros se compraban y se descargaban de
determinadas páginas web sin mayor problema. Es verdad que el precio de los libros
en formato electrónico, en comparación con su costo en papel, resultaba (y
resulta) un poco elevado: si el precio de un libro encuadernado es 24, 90 euros
(éste es un ejemplo real, aunque hay mucha variación) y el mismo, en formato
e-book, cuesta 17 euros, uno piensa que no hay proporción entre los gastos
editoriales de uno y otro. Si además estos libros vienen por lo común
encriptados y en diferentes formatos, de modo que solo se pueden leer en un
determinado aparato y en un solo ordenador, y como consecuencia uno no los
puede prestar a los amigos, como hacíamos antes con los libros de papel,
resulta que comprar un libro virtual no es que sea caro, es que es carísimo.
Un día
aparecieron las páginas de descarga gratuita: libros, música, películas,
series... No voy a repetir lo que todo el mundo conoce, las polémicas sobre los
derechos de autor, las leyes antipiratería, la clausura de algunos servidores,
etc. Fue como ponerle puertas al campo. Pero eso no es lo que aquí se discute.
El lector corriente, el usuario de Internet, no pinta nada en esos discursos.
Si hay un vacío legal, si los estados no pueden domesticar la fuerza de la red,
es problema de ellos; la gente no tiene la culpa y se limita a coger lo que le
ofrecen. Porque vamos a ver, ¿hay delito en aceptar lo que a uno le regalan?
Para mí no constituye un latrocinio ni un problema ético realizar descargas
gratuitas de Internet, ni tengo conciencia de estar estafando a nadie. Tampoco
necesito justificarme con el argumento -muy extendido- de que bastante
sobreprecio hemos tenido que pagar antes de las "descargas ilegales".
Cuando he tenido que pagar (y tengo, porque sigo comprando libros y discos) he
pagado; cuando me ofrecen algo gratuito lo acepto. Todo lo demás es hipocresía
y no me merecen consideración los que enarbolan el estandarte de una honestidad
ficticia.
Me parece
injusto que los escritores y los interpretes ganen menos (no tanto las
editoriales y las discográficas), y si en el futuro los gobiernos logran
erradicar lo que ellos llaman piratería informática lo aceptaré sin problemas,
pero hasta entonces continuaré siendo un descargador ilegal . A veces me
pregunto si esos escritores tan enojados son tan puros y solidarios como para
comprar siempre los libros que leen o se benefician alguna vez (aunque sea a
oscuras) de los mismos regalos informáticos que el resto de los mortales.
martes, 24 de diciembre de 2013
Montañas
Este cuadro está inspirado en la pintura de Von Jawlensky y me parece adecuado para acompañar la música de Silvestrov.
Silvestrov
"La música es siempre una
canción, incluso cuando no puede cantarse: no es una filosofía, no es una
visión del mundo. Es, sobre todo, un canto, una canción que el mundo canta
sobre sí mismo, es el testimonio musical de la vida".
Este pensamiento pertenece a Valentín Silvestrov, un músico nacido en Ucrania en 1937. Silvestrov es uno de más grandes y más desconocidos compositores del siglo XX.
viernes, 20 de diciembre de 2013
jueves, 19 de diciembre de 2013
Lo que tenemos delante
George Orwell
decía que mirar lo que se tiene delante de los ojos requiere un constante
esfuerzo. Muchos de los que vivimos el comienzo de la democracia no hicimos ese
esfuerzo y ahora nos asombra lo que ven nuestros ojos. Si no se hubiera
producido esta crisis económica seguiríamos estando ciegos o miraríamos sin
ver. Ahora no solo vemos lo que está delante de nuestros ojos, también miramos
hacia atrás con rabia. ¿Desde cuándo está sucediendo esto? ¿Cuándo empezaron a
robar?
No habíamos visto antes pero vemos ahora que nuestros políticos
han corrompido la Transición, un momento histórico ilusionante que creíamos
invulnerable. Hoy los sociólogos hablan de la "falsedad" de la
Transición, porque " fue una imposición neta de la fracción reformista del
franquismo que la mayor parte de la población revalidó". Bueno, ¿y qué?
Esa imperfecta reforma permitió convocar elecciones generales y crear una
Constitución. ¿Podía pedirse más? Puede que la Transición no fuera perfecta,
pero desde luego no es culpable de la corrupción política que ahora nos abruma.
Por su parte los
políticos están perplejos: ¿qué le pasa a la gente? ¿de qué protestan? Nosotros
estamos haciendo las cosas como siempre: igual que los que nos precedieron,
igual que los que precedieron a los precedentes. El problema que aflige ahora a
la clase política (no hay tal "clase" política, pero es como mejor se
entiende) es arduo: recuperar el prestigio ante los ciudadanos. Y a los
ciudadanos les importa poco que la regeneración social la lleven a cabo los
políticos de derechas o los de izquierdas: perciben que la frontera entre una y
otra ideología es cada vez más difusa. Los partidos políticos, como algunos
equipos de futbol, se están quedando sin hinchas, y esta situación suele ser
terrible para los equipos porque no llenan los campos, pierden patrocinadores y
corren el riesgo de bajar a segunda división.
Si no quieren
afrontar ese riesgo sería conveniente que nuestros políticos prestasen más
atención a Orwell y estuvieran atentos a lo que tienen delante de los ojos.
Aunque sea con esfuerzo.
martes, 17 de diciembre de 2013
Arboleda
Nací en Toledo un día de febrero y ese día un incendio destruía la
ciudad vieja de Santander. Sin embargo en Toledo nevaba. Los augures hubieran
dicho que nací entre el fuego y la nieve y habrían hecho predicciones. Ahora ya
no hay augures y es tarde para pensar en el fuego y la nieve, pero hubo un
tiempo en que creía o me gustaba creer en esos símbolos. Siempre hay un momento
para creer en todas las cosas.
Escribir sobre uno mismo es una maldita tentación contra la que se
lucha toda la vida y al final se acaba sucumbiendo. Uno tiene la absoluta
certeza de que su vida no le interesa a nadie (tal vez a 4 o 5 personas), pero
cuando se llega a una determinada edad uno se dice a sí mismo: debería dejar
constancia de algo. Quizá por eso haya iniciado este blog. Quizá estoy
empezando a dejar constancia.
sábado, 14 de diciembre de 2013
Últimas lecturas
He leído de
manera sucesiva, aunque sin intención, dos novelas que se desarrollan en Israel
y que, de manera inevitable, tienen como música de fondo el conflicto palestino
israelí. La primera narración, "El Atentado", está escrita por un árabe,
un ex-militar argelino que firmaba sus libros con un pseudónimo femenino, Yasmina
Khadra, por miedo a la censura. El autor de la segunda novela, "El
Amante", Abraham Yehoshua es judío. Estos escritores tienen en común su
rechazo de la violencia, la idea de que el conflicto entre árabes y hebreos
debe terminar y que ambos pueblos pueden convivir en paz. Pero ni siquiera en
sus libros logran formalizar esa utopía.
En la novela de
Yehoshua, los personajes árabes que viven en territorio israelí, son tratados
con respeto, con afecto incluso, pero es imposible no percibir un sentimiento
de condescendencia hacia ellos: son buenos, amistosos, trabajadores, pero irremediablemente
inferiores. El libro de Khadra cuenta la historia de un médico árabe, integrado
en Israel, cuya esposa se inmola en un atentado suicida. El autor, a través de
sus personajes, desaprueba esa violencia, pero no puede evitar transmitir una
justificación subliminal del atentado. Es triste, pero erradicar ese antagonismo
geográfico, consecuencia de decisiones políticas equivocadas, parece imposible
incluso en la ficción.
Para
contrarrestar el posible pesimismo que inspiran estos temas, les propongo
escuchar la música de Ludovico Einaudi, un compositor italiano actual al que no
le importa definirse como minimalista.
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